martes, 7 de octubre de 2008

El gallo y el sultán

Érase una mujer muy pobre que no tenía a nadie más que a un gallito. Cierto día el gallito halló una monedita de oro en la calle. En aquel momento pasaba por allí un hombre. Tenía la cabeza tapada con un turbante de color azul.

Usaba grandes pantalones y bubuchas rojas de punta alzada y curva. Tratábase nada menos que del mismísimo sultán de Turquía .
Éste, al ver brillar la monedita que había descubierto el gallito, le dijo con aire autoritario:

-¡Gallo dame esa moneda !
-¡No! -contestó el gallito -.

Se la daré a mi ama, que es pobre y la necesita más que tú.
pero el Sultán no le hizo caso le quitó la monedita y se fue al palacio.

El gallito quedó a punto de echarse a llorar. Lo pensó mejor, apretó el pico y echó a correr tras el Sultán . Cuando éste atravesaba la puerta del jardín del palacio, el gallito le gritó.

-¡Co-co-ri-có ! ¡Dame mi monedita! ¡Co- co-ri-có!¡Co-co-ri-có! ¡Dame mi monedita!

Fue tanto lo que gritó, el Sultán tuvo que taparse las orejas con las manos. El Sultán atravesó el jardín corriendo para llegar al cuarto más escondido de su grandioso palacio. Pero el gallito sacudió sus alas, voló hasta la ventana, y siguió gritando:

-¡Co-co-ri-có! ¡Co-co-ri-có! ¡Dame mi monedita!

El Sultán, muy enojado, llamó a sus esclavos y les ordenó:
- ¡Agarren ese gallo y tírenlo al pozo!

Los esclavos cumplieron la orden de su señor. Pero el gallito no perdió la serenidad. Al caer al agua, sacudió la cabeza y dijo las siguientes palabras mágicas:

Sorbe el agua, buchecito.
Buchecito, sorbe el agua,
Toda el agua, hasta el final.

y abriendo el pico, ¡glop! ¡glop! ¡glop!, se sorbió toda el agua del pozo. Luego, sacudió fuertemente las alas, llegó de nuevo hasta la ventana del Sultán.

-¡Co-co-ri-có! ¡Co-co-ri-có! ¡Dame mi monedita!- Se puso a gritar otra vez.

El enojo del Sultán se volvió cólera, llamó a sus esclavos y les ordenó:

-¡Agarren ese gallo y tírenlo al fuego!

Los esclavos cumplieron las ordenes de su señor y arrojaron el gallito a una hoguera. Éste no perdió la serenidad. Mientras el gallito iva por el aire de cabeza al fuego recitó sus palabras mágicas:

Saca el agua, buchecito
Buchecito, saca el agua
Toda el agua hasta el final.

Y, al momento, hechó sobre la hoguera toda el agua del pozo
Cuando las llamas se apagaron, el gallito movió las alas y volvió a la ventana del Sultán. Desde allí gritó a más no poder.

-¡Co-co-ri-có! ¡Co-co-ri-có! ¡Dame mi monedita!

Al Sultán le dio mucha cólera y ordenó a sus esclavos:

-¡Meted ese gallo a una colmena, para que las abejas lo hagan callar con sus aguijones!

Los esclavos cogieron el gallo y lo metieron a una gran colmena.
Él no se asustó y recitó las palabras mágicas:

Traga las abejas, buchecito
Buchecito, traga las abejitas
De una en una, hasta el final

Cuando se tragó todas las abejas, sacudió sus alas, volvió a la ventana para seguir gritando:

-¡Co-co-ri-có! ¡Co-co-ri-có! ¡Dame mi monedita!

De la cólera que le entró al Sultán se puso tan rojo como sus bubuchas. Por un buen rato no dijo ni una palabra, pero al fin gritó:

-¡Traedme aquí ese gallo!

Los esclavos hicieron lo que su señor les ordenaba. El Sultán cogió el gallito por el cuello y se lo metió en el bolsillo.

-¡Ahí te vas a quedar para siempre! -exclamó-. ¡Nunca más vas a salir de tu encierro! Pero el gallito se puso a cantar dentro del bolsillo:

Saca las abejitas, buchecito.
Buchecito, saca las abejitas
De una en una, hasta el final.

Una vez dichas estas palabras dejó abierto el pico. Las abejas fueron saliendo una tras otras y llenaron los grandes pantalones del Sultán. Al verse encerradas, comenzaron a picarle en las piernas. El Sultán gritaba de dolor y se movía como si tuviera el baile de San Vito. Finalmente, no aguantó más y ordenó a sus esclavos:

-¡Entreguen esa moneda a ese gallo,
Y que se marche para que me deje en paz!

Uno de los esclavos tomó un alfanje y le hizo un agujero a los pantalones. En el acto salieron por él gallito y las abejas. El Sultán dio un suspiro. Los esclavos entregaron su monedita al gallito que se la llevó volando a su dueña. Ésta compró muchas cosas y vivió más contenta que nunca con su querido gallito.